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La verdadera adoración

Deuteronomio 6: 4-5  Oye Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.

Una vez hablando con alguien quise explicarle que este mandamiento de Dios demanda una entrega total en sentimiento, pensamiento y propósito de vida para cada uno de nosotros en particular. Aquella persona se disgustó con la idea, a su modo de ver, de un “dios egocéntrico”.
Un amor a esos extremos se llama adoración. Día a día voy aprendiendo en la Biblia que Dios es digno merecedor de esa verdadera adoración. Él es digno de cada segundo de nuestro tiempo, y es digno de estar en control de todos nuestros asuntos. Fuimos creados con el propósito que Él sea nuestro Dios, nuestro Rey. No fuimos librados al azar. Cuando Adán fue puesto en el huerto de Edén su trabajo no fue otro que ser el heredero de la nueva creación de Dios. El poder del Creador se manifestó en un mundo de diversidad y belleza inefables. Un lugar hecho para el deleite de Adán y por ende de Dios. Un lugar donde había abundancia de vida porque la misma presencia del Todopoderoso podía reinar allí. Un paraíso donde el primer hombre como único heredero junto a su descendencia debía sujetarse solo a Aquel que le había dado tal autoridad.
El Amor nunca deja de ser dice la Biblia, y Dios no ha dejado de amarnos a pesar que hoy haya quienes piensan que se ha olvidado de nosotros.
En el mundo hay muchos conceptos distintos del significado del verdadero amor pero todos los pensamientos coinciden en algún tipo de entrega extrema de uno mismo y el deseo de permanencia eterna junto al ser amado. Estas coincidencias en el común del ser humano son, en parte, por el hecho de que la esencia de Dios está en nosotros.
Dios es Amor dice la Biblia, y cuando Dios sopló aliento de vida en el Hombre podemos decir que ADN divino le fue impartido. Una canción dice: “la vida me han prestado y tengo que devolverla, cuando el Creador me llame para la entrega” pero creo, y la Biblia lo avala, que Dios quiere que ese halito suyo permanezca en nosotros para siempre. En el huerto de Edén el único árbol prohibido de comer era el de la Ciencia del bien y el mal, pero allí también se encontraba el árbol de la Vida, tan fácil de alcanzar que el hombre podía alargar su mano y tomarlo. Sólo cuando el Hombre pecó le fue negado su acceso.
En nombre del Amor también se han querido justificar muchos actos egoístas que nada tienen que ver con esto, y es que aunque tenemos cierta conciencia por aquel ADN divino en nosotros, al caminar una vida separados de Dios perdemos el entendimiento real de su significado y el sentido de tal mandamiento. Solo conociendo y aceptando la influencia de quien es el Verdadero Amor aprenderemos a amar de forma excelente.
La Biblia enseña infinidad de expresiones del amor de Dios pero todas se resumen en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Es éste el principal ejemplo de que Dios aún nos ama y esta dispuesto a reconciliarse con todo aquel que quiera amarlo ¿Cómo cumplir entonces con el Mandamiento más importante? Jesucristo es la Respuesta.
La Biblia se escribió con el objetivo de presentarnos a Jesucristo, el Gran Maestro.
En la vida de Jesús, él nos enseña a amar a Dios y nos lo revela como el Padre. Cuando sanó a los incurables, perdonó a los imperdonables, comió con los indignos y aceptó a los rechazados nos mostró el Verdadero Amor de Dios; pero cuando se apartaba a orar, esos momentos de plena intimidad con su Padre son la prueba del Verdadero Amor hacia Dios. Vemos una comunión inquebrantable, un anhelo mayor a cualquier otro, un deseo que se sueña, se busca y se vive.
Pero Jesús también tuvo que morir. Pagar por los pecados de la humanidad fue beber la copa de la Ira de Dios. Una copa destinada a todos los hijos del pecado: los descendientes de Adán. Este Jesús que amó a Dios con todo su corazón, con toda su alma y todas sus fuerzas sufrió el castigo de los que no adoraron al Padre ¿Por qué lo hizo? Porque no escatimó el precio de su propia vida por complacer al Ser amado, manifestando una genuina obediencia al Creador. Tal entrega nos confirma el sello perfecto de la Verdadera Adoración: dar la vida por Dios. Si no estamos dispuestos a morir por Él todo el amor que profesemos tenerle pierde validez. Entonces, entregamos la vida cada vez que obedecemos sus mandamientos. Nuestro amor será probado cada día, así como cada día Él nos demuestra su perfecto amor. A veces entenderemos el trato de Dios con nosotros y otras veces no, pero confiamos que todo es para perfeccionar nuestro amor a Él.
¡Por eso Jesucristo resucitó! Todos los adoradores en Espíritu y en Verdad somos los nuevos herederos con Cristo y somos llamados Hijos de Dios, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Cuando contemplamos a Jesucristo reconocemos al Padre, por eso le amamos: porque primero Él nos amó. Dio su vida para que no tengamos que morir eternamente, pues dice la Biblia que esta establecido que todos debemos morir una vez e ir a juicio delante de Dios. Algunos habrán decidido hacerlo lejos del amor divino, a los cuales les espera la condenación eterna por no adorar al que es Digno de Suprema Adoración, pero otros habremos probado el Verdadero Amor habiendo entregado nuestra vida por Jesucristo como Él lo hizo por nosotros; y esto es delante de los hombres, porque sabemos que no depende del que quiere sino de Dios que es quien produce el querer como el hacer. El Amor salva. Ahora aguardamos nuestra herencia ocupados en tan grande salvación, para que todos aquellos que aún no le aman, le conozcan y quieran amarlo, y aprendan a hacerlo. En esto sabemos también que con Él estamos: cuando amamos a los que no le conocen y les enseñamos el amor de Jesucristo. El amor no hace mal al prójimo, así que el obedecer a Dios es el Amor.
Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora esta más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche esta avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos de las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidias, sino vestidos del Señor Jesucristo, y no proveyendo para los deseos contrarios a Él.
Que todo nuestro ser adore al Único y Verdadero Dios. Amén.

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